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La noche del domingo fui a ver la última entrega de la saga de películas de El Hobbit: El Hobbit, La Batalla de los cinco ejércitos; y aunque no vengo a hablaros de lo destrozada que me quedé ni de lo mucho que amé/odié toda esta aventura - pues ya lo he hecho aquí y aquí -; sí que debía mencionarla como poco. Es oficial y definitivamente la última adaptación cinematográfica del mundo de Tolkien, según Jackson, y que se acabe una de esas historias - me refiero a todo ESDLA y EH on screen - que me han acompañado desde que era una niña hasta hoy y siempre, me hace pensar en los finales, en que todo se acaba para bien o para mal. Y eso es progreso, a mi forma de ver.
No obstante, soy de ese tipo de personas - conservadoras, podríamos decir - que odian los cambios, y las sorpresas, y todo ese rollo del futuro incierto y excitante. Definitivamente no, no es lo mío. Y con eso es con lo que me amenaza el 2015, con cambio y progreso, pero ¿éxito o fracaso? Esto último me da mucho, pero que muchísimo pavor. En Mayo acabo el instituto. En Junio, selectividad. Y luego... luego ¿qué? ¿me cogerán en la Universidad y carrera que quiero? ¿Seré lo bastante buena para las expectativas? ¿Dónde viviré? ¿Y si no me cogen? ¿Y si sigo perdida? Son muchas dudas las que me asaltan, y que la mayoría sean del todo comprensibles en la situación no hace que las sufra menos. Pero supongo que este estado de incertidumbre, angustiosa incertidumbre, no es del todo malo. Las dudas se irán disipando, eso siempre, pero puede que la incertidumbre persista, y eso solo significará una cosa: estamos avanzando.
Así es como me consuelo yo al ver cómo este 2014 se me escapa por entre los dedos, como las últimas gotas de un torrente de decepciones y dolor y risas y llantos e histeria y angustia, y de sueños esporádicos e intensas emociones y dolores de cabeza y quemazones de garganta y uñas mordidas y picores de nerviosismo. Puede que alguna que otra alegría que ahora mismo se escabulle de mi memoria. He tomado muchas malas decisiones, y algunas buenas que me hacen terminar el año más o menos feliz. Me llevo muchas personas que me han sorprendido, otras que me han decepcionado, y seguro que otras tantas que como han venido se han marchado. No he cumplido muchos propósitos, como cabía esperar. También este año he faltado a mi palabra. No, no se han cumplido muchas promesas. Pero es que existe ese mañana, ¿sabéis? Muchas personas dicen que hacer listas de año nuevo es un rollo, una pérdida de tiempo, una tontería. Total, solo va cambiar una cifra. Pero todos necesitamos un punto de inflexión en algún momento, ya sea en un año que empieza, en la vuelta al cole de septiembre, en su cumpleaños, etc. Este es mi punto de inflexión - y el de tanta otra gente -.
Quiero promesas por cumplir, sueños por alcanzar, el qué hacer que nos soluciona la vida. Y todo lo reuniré en una estúpida y mediocre lista de propósitos de año nuevo, que seguramente no cumpliré, como la anterior, y la anterior a la anterior. Y así. Mas es una manera de tomar aire y fuerzas, porque cambiar de cifra no es más que recordarnos que aún hay tiempo, y el tiempo es esperanza, y eso es lo más valioso que poseeremos en nuestra vida. Porque nos alienta a nuestro punto de partida: hay cosas que hacer. Y una de ellas es daros las gracias, por leerme - y por comentar a quienes lo hacen -. Muchas gracias por hacerme feliz.