10 may 2015

I do not believe in time

i do not believe in time

me lo vais a perdonar porque es domingo...

«No creo en el tiempo», decía Vladimir Nabokov. «No creo en el tiempo». Pensadlo. Paladeadlo. Decidlo en voz alta y luego esperad en silencio. «No creo en el tiempo», saboread. El tiempo no existe. Tiempo. Segundos. Horas. Días. Semanas. Meses. Años. «No creo en el tiempo». Ayer. Hoy. Mañana. 2015. Mentira. Mentira. Mentira. El tiempo no existe.

La vida es algo complicado de explicar. Las personas son complejas en su propia complejidad. Y durante toda nuestra historia hemos sucumbido a la necesidad del orden. El caos parece ser más difícil de controlar. Y hemos inventado algo tan viejo como el pensamiento, más primitivo y obvio que el fuego o el lenguaje. No parecemos darnos cuenta de que hay algo que no responde a ninguna religión ni a ningún Dios al que venerar, algo tan implícito y sutil como el respirar. Que controla todo y a todos. Que nos espolea y nos arrastra incesante hasta el final. Es engañoso, es tirano, es cruel. No conoce indulgencia alguna. No perdona nada. Nosotros lo hemos creado, pero ya no es nuestro. Es un demonio inmortal que nos acompaña en silencio. Lo vemos detenerse, escaparse, esconderse. Tiene tanto poder que una vez ha caído el último grano, ha caído la esperanza.

«No creo en el tiempo», que decía Nabokov, autor de Lolita. «No creo en el tiempo». El tiempo no existe. Ahora, recordad: «Se ha acabado el tiempo»; «Queda poco tiempo»; «No nos da tiempo»; «¿Cuánto tiempo queda?»; «El tiempo todo lo cura»; «Se acaba el tiempo»;  «Tic. Tac». Recordad todas esas veces en las que nos hemos puesto el tiempo cual soga al cuello. Tic tac.

No es algo natural, es algo nacido de la necesidad natural humana. Pero como el principio o la creación, la duda y el tiempo y el final forman parte de nuestra historia. Pero ¿hasta qué punto la condicionan?

Ayer se me cayó el reloj al suelo. Hizo un ruido seco y fugaz como de un hueso de animal partiéndose, crujiendo en el silencio, como un disparo en la oscuridad. Lo recogí con un nudo en la garganta. Se le había estallado el cristal, mas un débil y constante chasquido me descubrió a las agujas aún girando, aún contando. Indiferentes. Y según me abrochaba la correa de cuero a la muñeca de nuevo, me pregunté esto que os pregunto yo ahora a vosotros: ¿Qué es esa sensación que nos asalta cuando perdemos la noción del tiempo? ¿Qué sería de nosotros si de pronto, un día como hoy, nadie tuviera hora y todas las manecillas, números, mecanismos hubieran dejado de contar? ¿Qué sería del mundo, tal y como lo conocemos, sin (el) tiempo?
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