
·
Si me hubierais preguntado hace un tiempo si creía que las personas podían
cambiar, os hubiera contestado con un rotundo «no se puede cambiar, porque la
acción misma procede de una previa voluntad de cambiar lo que por naturaleza
es, y por tanto va en contra de nosotros mismos blablabla». Seguramente te
hubiera hablado de madurar y te hubiera puesto mil metáforas que, dándoles un
par de vueltas, se hubieran quedado en nada.
Pero de aquel
tiempo a éste y analizando detenidamente la cuestión, creo que la voluntad de
cambiar es algo adherente a nuestra naturaleza y a nuestra capacidad de
adaptación. Si bien creo que la esencia de una persona permanece, nuestra
actitud frente a la realidad está en constante renovación. Nuestra visión del
mundo está sometida a influencias externas que se van intercalando con el
tiempo, y que van afectando a nuestra vida diaria, haciéndose participes
indirectamente de nuestras decisiones. Nosotros cambiamos simplemente porque
nada a nuestro alrededor permanece igual de manera indefinida, y tomar
conciencia de ello nos hará preguntarnos si debemos seguir fieles a una
filosofía que ya no nos funciona o, por el contrario, debemos trabajar un nuevo
enfoque.
A veces el miedo a
traicionarnos y a salir de nuestra zona de confort nos ancla en una situación
de actividad muerta y nos impide avanzar. A veces cambiar de rumbo nos permite
conocer nuevos y mejores vientos, y arribar a islas que no soñabais si quiera
que existieran, pero que siempre han sido nuestro destino.
A veces cambiar es
dar un paso atrás y elegir otra dirección para volver a disfrutar del camino.