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Actualmente encontramos muchos espacios virtuales dedicados exclusivamente
a esto del blogging, y en la mayoría
(por no decir en todos) se dice que la regularidad de nuestras entradas afecta
directamente al éxito de las mismas, incrementándose cuan más en serio nos la
tomamos. Yo no sugiero lo contrario, pero tampoco se libra de mi escepticismo.
En la ya demasiado mencionada encuesta, pregunté qué era aquello que os
gustaría ver en un futuro y qué es aquello que cambiaríais en el blog; bastantes personas hablaron de más entradas, más a menudo, otra persona mencionó
que en mi caso, la balanza se inclinaba hacia el lado bueno, y que la espera
merecía la pena (gracias, pajarito). Hasta ese momento no me había parado a
pensar demasiado en la regularidad de
mis entradas ni en cómo esto afectaba a los lectores; pero lo cierto es que
este fenómeno sí que afecta, y mucho, a nuestro público, y repercute en nuestro
éxito.
Más allá de la calidad de la que os quería hablar, actualizar nuestro blog
con regularidad supone una mayor presencia en redes y en el ojo del huracán, estar cien por cien
activo en el mundillo nos reportará, seguramente, más público, más visitas, y
nos hará crecer. Eso está claro. Pero, ¿por qué no soy de las que sigue esa
política? Quizás porque mis prioridades son otras, que pueden parecer menos
ambiciosas, pero de las que mucha más gente debería saber: hacer las cosas bien.
Sí, hacer las cosas bien lleva tiempo y esfuerzo, también una pizquita de
inspiración y otro tanto de paciencia, y eso, amigos míos, no es precisamente
frecuente.
Para mí, absolutamente cada post
es especial. Necesita su procedimiento: idea, meditación, apuntes, enfoque,
redacción, periodo de incubación y corrección (si no hay que volver a
escribirlo); es verdad que alguna vez me he saltado el esquema para practicar
la escritura automática, pero por lo general las entradas que suelo publicar se
guían por esos pasos. Pueden llevarme un día mínimo, y varias semanas o meses
máximo. Ciertamente, no hay nada estipulado sobre lo que puedo llegar a tardar,
pero por lo general lo pienso todo demasiado. No obstante, si no lo hiciera, no
podría seguir estando satisfecha por completo con cada una de mis
actualizaciones.
La calidad de mis entradas, mayormente de reflexión, no la puedo garantizar
sino mediante un previo y profundo análisis de la cuestión a tratar. Mientras
que por el contrario, quizá una reseña o una recomendación no suelen llevar más
de un día, pues tratan de plasmar sentimientos del momento presente. Por eso me
repatea mucho que siempre que lea algo sobre blogging acaben metiéndome con calzador el principio de la
frecuencia de los posts, cuando eso en mi caso no vale, y no creo que por no
publicar a menudo en el blog deba ser éste menos atractivo.
De cualquier manera, la filosofía del slow
blogging es la que voy a adoptar a la hora de tener que definir la
dinámica del blog. Próximamente, si os gusta esta entrada, puedo seguir hablando de este movimiento y mientras, explicándoos todo esto, me gustaría saber vuestra más
sincera opinión al respecto.