
Worpswede, 16 de julio de 1903
CARTAS A UN JOVEN POETA, RAINER MARIA RILKE
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Hace unos cuantos años que disfruto del enorme placer que es escribir y recibir correspondencia; sin embargo, nunca antes había leído una obra epistolar, un libro que se construyera con cartas. Y las de Rainer Maria Rilke me han sacudido un poquito más a despertarme, a despegar los párpados perezosos y bostezar con toda la inocencia de quien va encontrando en sus tímidos gestos el verdadero carácter de la naturaleza.
Tras un año y un curso llenos de obstáculos, de dificultades y de huesos cansados, poco a poco la pasión de este cuerpo agotado -que no vencido- se ha impuesto en el camino de la férrea voluntad, que se precipita más y más al vacío del desencanto y la desesperación. Pero no os preocupéis, ha sido una caída libre, en el sentido más puro de cada una de esas palabras. Aunque mi decisión me ha hecho vulnerable, pues me ha expuesto del todo, me ha permitido sentir, con la piel erizada y el brillo abrumando las pupilas, todo lo que un salto de fe puede regalarte. Me he adherido a la naturaleza, a los detalles del mundo en el que vivimos -o aparentamos hacerlo-; me he prendado de lo que nos queda, de lo bello y cotidiano así como de lo extravagante y efímero. Y he decidido vivir y sentir, a esperar y perecer en el bullicio.
Puede que esto no os diga nada, a vosotros que quizá no viváis en mi mundo; pero para mí ha supuesto la luz cincelando la sombra que me persigue, que me refleja, que me flanquea en el inmediato pasado, a mis espaldas.
Se avecina un curso rebosante de locura y de letras y de historias. Y no puedo esperar a que termine el verano,
Puede que esto no os diga nada, a vosotros que quizá no viváis en mi mundo; pero para mí ha supuesto la luz cincelando la sombra que me persigue, que me refleja, que me flanquea en el inmediato pasado, a mis espaldas.
Se avecina un curso rebosante de locura y de letras y de historias. Y no puedo esperar a que termine el verano,