31 jul 2016

IV: Cartas a un joven poeta




Worpswede, 16 de julio de 1903

«Si busca en la naturaleza, en lo más sencillo de ella, en lo pequeño, que casi nadie ve, pero que con tanta facilidad puede devenir grande e inconmensurable; si siente esa devoción hacia lo minúsculo e intenta, con toda sencillez, ponerse al servicio de todas esas cosas en apariencia pobres y ganarse su confianza: entonces todo se le hará más fácil, unitario y, de algún modo, tranquilizador, quizá no en el raciocinio, que se quedará atrás asombrado, pero sí en su conciencia, vigilia y saber más íntimos. Querido amigo, es usted muy joven, apenas ha empezado a vivir, y quisiera, en la medida en que me es posible, pedirle que aguarde con paciencia y resolución de todas las cosas que su corazón tiene aún pendientes, y que intente amar las preguntas mismas: imagíneselas como alcobas cerradas o libros escritos en una lengua que le es totalmente desconocida. En este momento no debe investigar en busca de esas respuestas que nadie puede darle, porque no podría vivirlas. Y lo que cuenta es vivirlo todo. Viva ahora las preguntas. Quizá poco a poco, sin darse cuenta, algún día lejano empiece a vivir las respuestas. Quién sabe, quizá lleva usted en su seno la posibilidad de crear y formar, como una forma de vida singularmente bienaventurada y pura; edúquese para ello, pero acepte con plena confianza todo lo que venga, y si surge de su voluntad, de alguna necesidad de su interior, asúmalo y no sienta odio hacia nada. El sexo es difícil, desde luego. Pero todo lo que se nos ha encomendado es difícil, casi todo lo serio es difícil, y todo es serio. Cuando se dé cuenta de ello y llegue por usted mismo, por su disposición natural y su manera de ser, a partir de su experiencia, infancia y fuerza propias, a establecer una actitud totalmente personal (no influida por las convenciones o la moral) hacia el sexo, entonces ya no temerá perderse y volverse indigno de su mejor posesión.»

CARTAS A UN JOVEN POETA, RAINER MARIA RILKE

***

Hace unos cuantos años que disfruto del enorme placer que es escribir y recibir correspondencia; sin embargo, nunca antes había leído una obra epistolar, un libro que se construyera con cartas. Y las de Rainer Maria Rilke me han sacudido un poquito más a despertarme, a despegar los párpados perezosos y bostezar con toda la inocencia de quien va encontrando en sus tímidos gestos el verdadero carácter de la naturaleza. 

Tras un año y un curso llenos de obstáculos, de dificultades y de huesos cansados, poco a poco la pasión de este cuerpo agotado -que no vencido- se ha impuesto en el camino de la férrea voluntad, que se precipita más y más al vacío del desencanto y la desesperación. Pero no os preocupéis, ha sido una caída libre, en el sentido más puro de cada una de esas palabras. Aunque mi decisión me ha hecho vulnerable, pues me ha expuesto del todo, me ha permitido sentir, con la piel erizada y el brillo abrumando las pupilas, todo lo que un salto de fe puede regalarte. Me he adherido a la naturaleza, a los detalles del mundo en el que vivimos -o aparentamos hacerlo-; me he prendado de lo que nos queda, de lo bello y cotidiano así como de lo extravagante y efímero. Y he decidido vivir y sentir, a esperar y perecer en el bullicio.

Puede que esto no os diga nada, a vosotros que quizá no viváis en mi mundo; pero para mí ha supuesto la luz cincelando la sombra que me persigue, que me refleja, que me flanquea en el inmediato pasado, a mis espaldas.

Se avecina un curso rebosante de locura y de letras y de historias. Y no puedo esperar a que termine el verano,

¿cómo va el vuestro? ¿Algún sueño que queráis susurrarme al oído?

Contadme, os escucho. 

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