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"Pity" (1795), William Blake (clic) |
[Cuando uno se sumerge en la vida de sí mismo —hacia el
interior—, de la misma forma que damos la vuelta a
un calcetín, todo aquello que se vive se queda precisamente en uno mismo,
permanece ahí y, solo a veces, surge un reflejo de esa tormenta propia en un
preciso y fugaz relámpago de expresión. Podría llamarse a esto arte, incluso
podría llamarse a esto Literatura. Todo
esto me conmueve, me agita, me sacude la realidad del cuerpo —la propia y
la otra, la de los otros—y quedo temblando, en silencio. Casi podría decirse,
en apariencia, que pervivo de la misma forma que antes de ofrecerme a esa obra;
pero algunos sabemos que es seguro decir que ya no volveré a ser la misma.]
Clara Janés es una de esas autoras que había
descubierto por casualidad, y cuyo nombre había quedado grabado en el cuarto
literario de mi mente. Hoy puedo decir que su sombra allí ha cobrado una forma
nítida y una presencia más tangible. Porque si algo hacen las palabras de esta
escritora es penetrar en la carne del lector y convertir la experiencia de leer
en una auténtica vivencia reflexiva, pues nos invita a reflexionar sobre los hilos vitales enmarcados en esta historia así como sobre la vida de uno mismo. No sólo
cada una de las elecciones léxicas hace que una breve frase pueda convertirse
en una declaración inconmensurable, en Los caballos del sueño nada podría haberse
expresado de una forma más precisa ni de una forma tan bella. Pocas veces la
novela contemporánea me ha descubierto un estilo tan hermoso y a la vez con
tanta fuerza. El poder narrativo de Clara es desconcertante, es suavidad y
contundencia, la delicadeza de un fluir de realidades que concluye en un
fortísimo objetivo argumental.
“Así pues, en este paraíso, intento una vez más reconstruir la historia que tantas veces he escrito sin saber por qué, sin lograr darle una solución adecuada, enmascarándola con distintos finales a partir de aquella pelea entre Raúl y tú, era lo que yo verdaderamente quería fijar, sin duda para vivir en ella, para vivir siendo aquélla y siendo vosotros aquéllos, en aquel punto, acaso el único… Porque ese afán de escribir no es otra cosa, es un afán de ser, pero de ser la idea, el personaje interior que no defrauda la propia aspiración, el proyecto soñado de uno mismo. Y aquella noche, como en el papel, los hechos que se sucedieron… ¿respondían a la realidad?”
Y es que es evidente que Clara quiere contarnos algo,
algo muy concreto, algo que nos nombra al principio de la novela, que lo
saborea prudentemente a su mitad y que remata de una forma limpia y magistral
en las últimas páginas. Alrededor de esto que nos quiere contar la autora, esto
que, Alma, la protagonista, quiere dejar grabado, inmortalizar, se dispone todo
un florilegio —saboread mi nueva palabra
favorita— de anécdotas y vivencias y reflexiones desarrolladas algunas veces
como si fuera un diálogo entre los personajes, otras veces como entradas de un
diario y otras realmente como si la narradora se apoderara completamente del
poder narrativo y el objeto argumental. Como en otras tantas novelas, hermanas
de la literatura de Janés y contemporáneas suyas, ésta nos quiere presentar la
realidad de una forma totalmente novedosa en lo que a la prosa española se
refiere: una realidad vista desde un calidoscopio, que se fragmenta en
múltiples realidades según desde el cuerpo y la mirada desde el que se decida —o ella nos incite a— contemplar.
Me sumergí en esta historia sin apenas saber del
argumento o de la dinámica de la propia novela; de Clara solo había probado —y
esporádica y brevemente— su poesía. Estaba, de una forma leve y curiosa,
encantada por la magia que surgía de su manera de crear bellas imágenes con
pocas y precisas palabras. La estética que persigue su léxico y la sencillez y
elegancia de su estilo narrativo ha resultado ser la mezcla perfecta para
hacerme estremecer de maravilla, de profundidad, de ternura y realismo. A lo largo
de la novela vamos rebotando de personaje en personaje, metiéndonos en sus
cabezas por largos o a veces muy cortos períodos de tiempo (algunas veces sólo tres
líneas). Es como un baile sobre ti mismo en el que, al girar, puedes ver los
rostros de los que te rodean una y otra vez, fugazmente. La historia misma
surge de los propios personajes, entre los que también podemos incluir las
ciudades —Pamplona, Madrid, París, Salamanca…— o los propios hechos, los trayectos, los encuentros, etc. Ni
siquiera Alma, quien lleva la voz narrativa principal, determina el camino por
el que discurre su historia. Entre Raúl, Alma y Lobo nos harán experimentar
todas las perspectivas que las relaciones humanas, las complicadas y las más
reales, pueden presentarnos a lo largo de la vida —en este caso, desde que son
adolescentes hasta que ya son adultos consumados, consumidos.
No os voy a caracterizar a cada uno de los personajes
y su papel en la historia-conflicto, pues sería desmenuzar y echar el trabajo
de Clara por tierra. Estos personajes hay que conocerlos progresivamente,
página a página, línea a línea, sobre todo: palabra a palabra. Y de pronto os
daréis cuenta de que la historia no es un hilo que los entrelaza o una
atmósfera —un elemento como omnipresente— que envuelve a los personajes de una
obra; consiste en los personajes en sí mismos, que como fuentes de hueso y
carne, hacen brotar los hilos incontenibles de su propia historia. En todo ese
compendio de vías de alumbramiento, todas las formas que hay de contar y
contemplar y entender una historia, una realidad, o miles de ellas. Sin duda, una experiencia lectora increíble y una novela destinada a quedarse entre mis favoritas.
[PD: Esta entrada ha sido redactada y destinada al proyecto de Adopta una autora]