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"But if these years have taught me anything it is this: you can never run away. Not ever. The only way out is in." -Junot Díaz.
No, me temo que lo mío viene de lejos, de cuando era algo
más niña, más pequeña, al menos en apariencia. Viene de cuando no soltaba mis
cintas de Chihiro, de Pinocho y de El Rey León. Sobre todo ésta última. Lloré como nunca había llorado
antes con una historia.
Hoy la he vuelto a ver y sí, he llorado tanto como la
primera vez. Sin embargo, hoy las lágrimas son más conscientes del dolor;
porque yo he sentido el mismo dolor que aquel joven león. He sentido la culpa,
la tristeza, la desesperación de haber perdido todo aquello que me servía de ancla
y de guía. Y he huido tan rápido y tan aterrada como él, lejos del alcance de
la sombra de la muerte, la tragedia, la desgracia. He querido sepultar el dolor
y el miedo por el camino; pero tengo la sensación de que los recuerdos me han
seguido hasta aquí. Hasta este espejismo caótico y paradisíaco que el mundo ha
tapizado con la filosofía del vivir sin
problemas, sin responsabilidades, sin angustias; en dos palabras: hakuna matata. Y nos gusta, ¿verdad? Nos
gusta borrar el pasado, olvidar la parte en la que nuestra historia se torció
–quizás demasiado pronto-.
Y he de admitir que a mí me ha cautivado durante mucho
tiempo, sobre todo porque no soy una persona conflictiva, pero como dijo
sabiamente papá Mufasa: ser
valiente no es buscarse problemas. Y tampoco lo es ignorarlos y huir de
ellos. Y es posible que yo lo haya hecho, y que ahora no me encuentre. Que no
sepa comprender el rompecabezas que soy porque un día decidí tirar las piezas
que más pesaban.
Me siento como Simba
corriendo entre las ramas, tras Rafiki.
Pero no tengo a nadie esperándome. No tengo a nadie que me dé un buen garrotazo
en la cabeza y me diga "Oh sí, el
pasado puede doler pero tal como yo lo veo, puedes huir de él o aprender”,
o que me grite desde el cielo, entre las estrellas:
Recuerda quién eres.
Recuérdalo. Recuérdalo.
Recuerda.